sábado, noviembre 24, 2007

CAPITULO 8

Al salir de la habitación del hotel me doy cuenta que se necesita una tarjeta para entrar. Antes de cerrar la puerta, vuelvo a entrar y me decido a buscarla. No la encuentro. Me dispongo abandonar la habitación cuando la veo ante mis ojos. Esta en una ranura que hay en la pared al lado de la puerta. La sacó de ahí y al cogerla las luces se apagan.

Avanzo por el estrecho pasillo hasta llegar al ascensor. Al lado se encuentran las escaleras. Presionó el botón de llamada y espero. Me asomo por el hueco de las escaleras y veo que solo hay dos tramos de escalera. Giro a mi alrededor pero nada me indica la planta. Las habitaciones no tienen números, solo letras por lo que no se puede deducir la altura de piso. Me declino por usar las escaleras.
Todo está en silencio. Cuando llego al final de las escaleras se oye un pitido avisando de la llegada del ascensor.
-A buenas horas.
Un pequeño siseo se centra en mi oído derecho. En mi entrecejo las pulsaciones zumban impidiendo que pueda abrir los ojos del todo. Aunque el baño me había sentado bien, parece que no es suficiente. Necesito descansar, unas cuantas horas de sueño me dejaran como nuevo.
Me acuerdo de Miguel y la traición me sigue acuchillando. No puedo creérmelo, quiero imaginar que todo esto es un mal sueño. Me gustaría no pensar por unos minutos, quedarme en blanco, desaparecer del mundo. Imposible. Por lo menos por el momento. Posiblemente la suerte llame a mi puerta cuando llegue a casa y pueda dormir unas cuantas horas en un maravilloso ensueño que me aleje de toda la realidad.
El sonido de una campanilla me devuelve al entorno en el que me encuentro. He llegado al recibidor del hotel.
Es un rectángulo bastante amplio, en un lateral una vitrina expone unos cuantos acreditativos del hotel. La luz es tenue a estas horas de la mañana, en el techo hay unos focos de alegre diseño pero están apagados. Solo unos pequeños fluorescentes a ambos lados bañan con su sutil luz el recibidor. En la pared que queda a mi derecha, a pie de las escaleras, se centra el ascensor. A cada lado de las puertas metálicas un cuadro muestra diversos paisajes. En el tramo más alejado un cenicero de pie.
El tintineo vuelve a sonar. Me giro a mi izquierda de donde procede y a través de unas firmes puertas de cristal diviso lo que debe ser la garita del recepcionista del hotel. Una mujer la hace sonar estrepitosamente.
-¿Hay alguien? –pregunta mientras se apoya sobre la barra inclinándose para ver más allá. Lleva una camisa blanca que pronuncia un descomunal escote por el que puedo ver el canalillo que forman sus recogidos y firmes pechos. Su media melena ondulada de un caoba agudo cae escondiéndome su cara.
Lleva una falda ajustada que realza sus curvas. Unos zapatos negros con un elegante tacón de aguja todavía hace su figura más esbelta. Una chaqueta a juego con su falda cuelga en su brazo izquierdo mientras que su mano agarra un pequeño bolso negro que al parecer conjunta perfectamente con su traje y sus zapatos. Por un momento me quedo embobado.

No se por qué llevo conmigo el picardía que encontré en el fondo del jacuzzi. No se por qué no lo he dejado en la habitación. No creo que sea un adecuado trofeo para exponer en el comedor de casa. Ni siquiera creo que sea un trofeo. La cuestión es que lo llevo conmigo.
Sacó la prenda del bolsillo interior de mi chaqueta y la extiendo frente a mí por un momento. Miró a la mujer y vuelvo al picardía. No es posible. No lo creo. <>
La bella mujer hace un ademán de volver a su posición inicial. Su pie derecho que estaba de puntillas apoya el exuberante tacón en el suelo. En rebujo entre mis manos la prenda y la vuelvo a introducir rápidamente en el bolsillo. La mujer mira a un lado y a otro y vuelve hacer sonar la campanilla.
No me ha visto.
Ahora puedo ver su cara. Sus precisas cejas sutilmente marcadas le dan una expresión radiante. Sus ojos de un verde penetrante cautivan mi total atención. Su nariz respingona da un toque grácil mientras que sus característicos labios le dan un toque de sensualidad.
Sigo parado en el último escalón con la mirada perdida en esa mujer. No se si esperar o salir sin más. No estoy seguro de querer que nadie me vea. Pero tampoco sé donde estoy ni si tan solo alguien me conoce. En ese momento un hombre de pelo negro y gafas con una montura prominente aparece en la garita. Pide disculpas a la mujer y se excusa. La intrusión del recepcionista me devuelve a la realidad y bajo el escalón. Las puertas de cristal se abren ante mí. No me había dado cuenta del pequeño artilugio de proximidad colocado en el centro de éstas...
Las dos caras se vuelven hacia mí. Sin tiempo de reacción comienzo a caminar en su dirección. Atravieso las puerta que se cierran tras de mí con un suave chasquido al chocar entre sí.
-Buenas noches –digo a mi parecer.
-Buenos días, señor –me contesta el recepcionista. Son las siete de la mañana y está amaneciendo. Idiota. <>. Noto calor en mis mejillas e intento disimular mi error.
-¿Abandona usted nuestro hotel? –me pregunta amablemente mientras empuja por encima de la nariz sus gafas con su dedo índice para frenar su trayectoria descendente-. Esperamos que haya sido de su agrado, señor.
El rostro de la mujer me mantiene en silencio por un momento. Me mira fijamente mientras dejo que me penetren sus profundos ojos verdes. Ahora que estoy tan cerca de ella algo me resulta familiar. Sus labios se desvanecen hacia un lado mostrándome una risueña sonrisa. Yo hago lo propio, y le devuelvo el gesto con una mueca un tanto tímida. Inmediatamente después me dirijo al recepcionista que sigue esperando una respuesta.
-Sí. Todo muy bien –alego-, gracias –levanto una mano y señalo a la mujer-. Pero atienda a esta dama primero –le incito.
-Muy amable –su voz es dulce y agradable-, pero no se preocupe, no tengo prisa –concluye mostrándome nuevamente lo que parece ser su mejor sonrisa. Alcanzo a ver sus dientes, son perfectamente blancos y alineados.
<<...no se preocupe... no tengo prisa>>
Hace tan solo un momento me pareció ver a una mujer nerviosa y extremadamente impaciente porqué atendieran su llamada. Una mujer con las prisas de que se le escapaba el último tren. <>. <>.
Aún sin entender nada me llevo la mano a la cartera para sacar mi tarjeta de crédito. Estoy ansioso por abandonar aquel lugar. Y ahora más que nunca. La mujer me intimida. Quiero zanjar esta situación, me muero de ganas por echar a correr.
No he llegado a sacar mi tarjeta cuando el recepcionista mueve su mano...
-Señor –me dice.
-Alex, por favor –no me gusta que me llamen señor y menos que me traten de usted. Me hacen sentir mayor. Aunque seguidamente después de que mi nombre sale de mi boca no se si a sido una buena respuesta.
-Disculpe se... Alex –prosigue atinando a decir mi nombre-. Su cuenta está abonada –mi cara cambia de expresión. Percibo que la mujer no me quita el ojo de encima.
-¿Cómo? –pregunto incrédulo.
-Su mujer –continúa con su explicación que me resulta confusa. <<¿Mi mujer?>>-. Abonó el importe cuando marchó.
Me quedo pensativo. La sonrisa oblicua del recepcionista me produce nauseas. Ahora estoy más perdido que antes. No comprendo nada. A cada paso que doy me siento más perdido. Más confuso.
Puedo deducir entonces, que mi teoría de haber recurrido a los servicios de una profesional es bastante acertada. Aunque el recepcionista piense que era mi mujer. Pero al fijarme más sublimemente en su sonrisa percibo de que él ya lo sabe. Quiero restarle importancia pero no puedo. ¿Cómo es posible?. ¿He acudido a los servicios de una prostituta y ella se hace cargo de la cuantía del hotel?. No puede ser. O esto no es real o ya no sé en que mundo vivo.
Mis ansias por salir de allí son más preocupantes e intensas por lo que decido no hacer ningún comentario. Le doy las gracias al recepcionista, le devuelvo la llave y me despido amablemente de la mujer. Mientras me dirijo a la salida noto como la mirada de esa misteriosa mujer se me clava en la espalda.

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