sábado, noviembre 24, 2007

CAPITULO 8

Al salir de la habitación del hotel me doy cuenta que se necesita una tarjeta para entrar. Antes de cerrar la puerta, vuelvo a entrar y me decido a buscarla. No la encuentro. Me dispongo abandonar la habitación cuando la veo ante mis ojos. Esta en una ranura que hay en la pared al lado de la puerta. La sacó de ahí y al cogerla las luces se apagan.

Avanzo por el estrecho pasillo hasta llegar al ascensor. Al lado se encuentran las escaleras. Presionó el botón de llamada y espero. Me asomo por el hueco de las escaleras y veo que solo hay dos tramos de escalera. Giro a mi alrededor pero nada me indica la planta. Las habitaciones no tienen números, solo letras por lo que no se puede deducir la altura de piso. Me declino por usar las escaleras.
Todo está en silencio. Cuando llego al final de las escaleras se oye un pitido avisando de la llegada del ascensor.
-A buenas horas.
Un pequeño siseo se centra en mi oído derecho. En mi entrecejo las pulsaciones zumban impidiendo que pueda abrir los ojos del todo. Aunque el baño me había sentado bien, parece que no es suficiente. Necesito descansar, unas cuantas horas de sueño me dejaran como nuevo.
Me acuerdo de Miguel y la traición me sigue acuchillando. No puedo creérmelo, quiero imaginar que todo esto es un mal sueño. Me gustaría no pensar por unos minutos, quedarme en blanco, desaparecer del mundo. Imposible. Por lo menos por el momento. Posiblemente la suerte llame a mi puerta cuando llegue a casa y pueda dormir unas cuantas horas en un maravilloso ensueño que me aleje de toda la realidad.
El sonido de una campanilla me devuelve al entorno en el que me encuentro. He llegado al recibidor del hotel.
Es un rectángulo bastante amplio, en un lateral una vitrina expone unos cuantos acreditativos del hotel. La luz es tenue a estas horas de la mañana, en el techo hay unos focos de alegre diseño pero están apagados. Solo unos pequeños fluorescentes a ambos lados bañan con su sutil luz el recibidor. En la pared que queda a mi derecha, a pie de las escaleras, se centra el ascensor. A cada lado de las puertas metálicas un cuadro muestra diversos paisajes. En el tramo más alejado un cenicero de pie.
El tintineo vuelve a sonar. Me giro a mi izquierda de donde procede y a través de unas firmes puertas de cristal diviso lo que debe ser la garita del recepcionista del hotel. Una mujer la hace sonar estrepitosamente.
-¿Hay alguien? –pregunta mientras se apoya sobre la barra inclinándose para ver más allá. Lleva una camisa blanca que pronuncia un descomunal escote por el que puedo ver el canalillo que forman sus recogidos y firmes pechos. Su media melena ondulada de un caoba agudo cae escondiéndome su cara.
Lleva una falda ajustada que realza sus curvas. Unos zapatos negros con un elegante tacón de aguja todavía hace su figura más esbelta. Una chaqueta a juego con su falda cuelga en su brazo izquierdo mientras que su mano agarra un pequeño bolso negro que al parecer conjunta perfectamente con su traje y sus zapatos. Por un momento me quedo embobado.

No se por qué llevo conmigo el picardía que encontré en el fondo del jacuzzi. No se por qué no lo he dejado en la habitación. No creo que sea un adecuado trofeo para exponer en el comedor de casa. Ni siquiera creo que sea un trofeo. La cuestión es que lo llevo conmigo.
Sacó la prenda del bolsillo interior de mi chaqueta y la extiendo frente a mí por un momento. Miró a la mujer y vuelvo al picardía. No es posible. No lo creo. <>
La bella mujer hace un ademán de volver a su posición inicial. Su pie derecho que estaba de puntillas apoya el exuberante tacón en el suelo. En rebujo entre mis manos la prenda y la vuelvo a introducir rápidamente en el bolsillo. La mujer mira a un lado y a otro y vuelve hacer sonar la campanilla.
No me ha visto.
Ahora puedo ver su cara. Sus precisas cejas sutilmente marcadas le dan una expresión radiante. Sus ojos de un verde penetrante cautivan mi total atención. Su nariz respingona da un toque grácil mientras que sus característicos labios le dan un toque de sensualidad.
Sigo parado en el último escalón con la mirada perdida en esa mujer. No se si esperar o salir sin más. No estoy seguro de querer que nadie me vea. Pero tampoco sé donde estoy ni si tan solo alguien me conoce. En ese momento un hombre de pelo negro y gafas con una montura prominente aparece en la garita. Pide disculpas a la mujer y se excusa. La intrusión del recepcionista me devuelve a la realidad y bajo el escalón. Las puertas de cristal se abren ante mí. No me había dado cuenta del pequeño artilugio de proximidad colocado en el centro de éstas...
Las dos caras se vuelven hacia mí. Sin tiempo de reacción comienzo a caminar en su dirección. Atravieso las puerta que se cierran tras de mí con un suave chasquido al chocar entre sí.
-Buenas noches –digo a mi parecer.
-Buenos días, señor –me contesta el recepcionista. Son las siete de la mañana y está amaneciendo. Idiota. <>. Noto calor en mis mejillas e intento disimular mi error.
-¿Abandona usted nuestro hotel? –me pregunta amablemente mientras empuja por encima de la nariz sus gafas con su dedo índice para frenar su trayectoria descendente-. Esperamos que haya sido de su agrado, señor.
El rostro de la mujer me mantiene en silencio por un momento. Me mira fijamente mientras dejo que me penetren sus profundos ojos verdes. Ahora que estoy tan cerca de ella algo me resulta familiar. Sus labios se desvanecen hacia un lado mostrándome una risueña sonrisa. Yo hago lo propio, y le devuelvo el gesto con una mueca un tanto tímida. Inmediatamente después me dirijo al recepcionista que sigue esperando una respuesta.
-Sí. Todo muy bien –alego-, gracias –levanto una mano y señalo a la mujer-. Pero atienda a esta dama primero –le incito.
-Muy amable –su voz es dulce y agradable-, pero no se preocupe, no tengo prisa –concluye mostrándome nuevamente lo que parece ser su mejor sonrisa. Alcanzo a ver sus dientes, son perfectamente blancos y alineados.
<<...no se preocupe... no tengo prisa>>
Hace tan solo un momento me pareció ver a una mujer nerviosa y extremadamente impaciente porqué atendieran su llamada. Una mujer con las prisas de que se le escapaba el último tren. <>. <>.
Aún sin entender nada me llevo la mano a la cartera para sacar mi tarjeta de crédito. Estoy ansioso por abandonar aquel lugar. Y ahora más que nunca. La mujer me intimida. Quiero zanjar esta situación, me muero de ganas por echar a correr.
No he llegado a sacar mi tarjeta cuando el recepcionista mueve su mano...
-Señor –me dice.
-Alex, por favor –no me gusta que me llamen señor y menos que me traten de usted. Me hacen sentir mayor. Aunque seguidamente después de que mi nombre sale de mi boca no se si a sido una buena respuesta.
-Disculpe se... Alex –prosigue atinando a decir mi nombre-. Su cuenta está abonada –mi cara cambia de expresión. Percibo que la mujer no me quita el ojo de encima.
-¿Cómo? –pregunto incrédulo.
-Su mujer –continúa con su explicación que me resulta confusa. <<¿Mi mujer?>>-. Abonó el importe cuando marchó.
Me quedo pensativo. La sonrisa oblicua del recepcionista me produce nauseas. Ahora estoy más perdido que antes. No comprendo nada. A cada paso que doy me siento más perdido. Más confuso.
Puedo deducir entonces, que mi teoría de haber recurrido a los servicios de una profesional es bastante acertada. Aunque el recepcionista piense que era mi mujer. Pero al fijarme más sublimemente en su sonrisa percibo de que él ya lo sabe. Quiero restarle importancia pero no puedo. ¿Cómo es posible?. ¿He acudido a los servicios de una prostituta y ella se hace cargo de la cuantía del hotel?. No puede ser. O esto no es real o ya no sé en que mundo vivo.
Mis ansias por salir de allí son más preocupantes e intensas por lo que decido no hacer ningún comentario. Le doy las gracias al recepcionista, le devuelvo la llave y me despido amablemente de la mujer. Mientras me dirijo a la salida noto como la mirada de esa misteriosa mujer se me clava en la espalda.

CAPITULO 7

El teléfono volvió a vibrar en su cintura.
-Dime... –contestó rápidamente el hombre de los guantes negros.
-Dime tú –exigió la mujer-. Dime que todo está bien. Que ya lo has hecho. Dime –insiste-, que todo está bajo control...
-Sí... sí –arremete enojado-. Está todo bajo control, joder. El BMW se ha marchado. Sofía –explica- ha movido el coche a un extremo de la explanada y ha vuelto a salir de éste. Iba a ir ahora. Sigue vomitando.
-Perfecto –su voz es más alegre-, muy bien Tomás.
-Tengo que colgar –dice Tomás firmemente. Tiene el pañuelo en su mano derecha, está bien empapado, algunas gotas caen al suelo-. Voy hacerlo ahora. Esto está muy solitario y pronto amanecerá. Empieza haber mucha luz.
-¡Date prisa!. Alex se asomó por la ventana hace tan solo diez minutos. Joder –se queja-, tienes que hacerlo ya...
-¿Qué pasa? –pregunta Tomás.
-La luz. La habitación se ha quedado a oscuras. Va a salir del hotel.
Tomás colgó y apagó el móvil. No quería que hubiesen más interrupciones. Tenía que ser ahora o nunca. Ya se había decidido. Lo iba hacer.
Salió de detrás del árbol, llevaba una chaqueta negra y unos pantalones del mismo color que le daban una sinuosa silueta a su figura. Caminaba despacio pero con pasos firmes. Paró un momento y paseó su vista en torno a su alrededor, todo bien. Se subió la cremallera de la chaqueta hasta el cuello y continuó.
La puerta del lateral del conductor del Mercedes estaba abierta. Sofía apoyada con su mano izquierda en el robusto árbol que quedaba ahora detrás del coche, se inclinaba cada vez que le arremetían las arcadas, y el vomito le asomaba por su boca.
Tomás llegó a la altura del coche, su paso era cada vez más manso y procuraba no tropezar con ningún obstáculo, rama, papel... cualquier objeto que pudiese delatar su presencia. Bordeó el Mercedes y se instaló justo detrás de Sofía en el momento que ella se inclinaba y tosía repetidamente.
Sofía no lo había visto llegar, pero en ese instante, al erguirse de nuevo notó algo. No estaba sola. Se peinó el pelo hacia atrás con ambas manos y giró su cuerpo lentamente. Tomás estaba ahí.
-Hola... –saludó Sofía-, que haces... –más que una pregunta era una afirmación. La expresión de su cara mostró confusión-. ¿Qué.. haces tú aquí? –logró decir mientras pasaba sus dedos por sus ojos-. Que susto me has dado... -conocía a ese hombre...
Sofía no pudo decir nada más.
Tomás se abalanzó sobre ella. Su mano derecha presionó su boca tapando casi toda su cara con el húmedo pañuelo. Con su mano izquierda la agarró por la nuca y presionó hacía sí dejando el rostro de ella en medio de sus manos, que presionaban fuertemente como el abrazo de un oso.
Los ojos de Sofía se abrieron intensamente, parecían inyectados en sangre. En unos segundos desvanecieron. Sofía estaba inconsciente.

CAPITULO 6

Recuerdo perfectamente mi reacción.
Permanecimos durante dos minutos en la terraza.
Miguel murmurando "Ya está... ya lo he dicho... Lo siento Alex... de verdad...", y no se cuantas cosas más. Perdí la percepción de lo que decía Miguel, no escuchaba a nadie, ni nada. Me giré, salí de la terraza, atravesé el comedor y fui hasta la cocina. Abrí la nevera y cogí dos botellas de cerveza. Las abrí y volví a la terraza sobre mis pasos.
Miguel seguía sentado en la silla.
Cogí otra silla y me senté a su lado. Sin mediar palabra puse las cervezas sobre la mesa ovalada del mismo hierro lacado blanco de las sillas que hacían juego. Cogí una cerveza y la engullí de un trago. Los ojos se me pusieron vidriosos y rojos. No sé si por la ira o por la forma de beberme la cerveza. Miguel miraba al suelo.
Le tendí la otra cerveza que había traído. Miguel alzó la vista y me miró a los ojos extrañado. No abrí la boca en ningún momento. Estallé la botella en el suelo delante de sus narices. La cerveza salpicó sus pantalones y camisa de Armani. Se levantó de un brinco. Yo hice lo mismo y deje volar mi puño descargando en su cara mi ira.
Miguel se agachó aturdido. Yo seguí sin decir nada. Alcé mi brazo derecho y señalé la puerta de la calle. La boca de Miguel se llenó de disculpas a las que no hice caso, ni siquiera escuché.

Después de que Miguel se marchó recuerdo que llamé repetidas veces a Sara. No estaba. Tenía el móvil apagado y había desconectado el buzón de voz. No podía dejar mensajes. Aunque lo preferí, quería decírselo a la cara. La furia se apoderó de mí y comencé a beber sin control. Sé que pensé en ir a un prostíbulo que había al otro lado de la montaña donde vivo, pero no recuerdo con exactitud que hice después.
Recuerdo que abrí la botella de JB que Sara compró cuatro meses atrás y que todavía no había probado. Estaba por la mitad cuando salí a la calle con la botella en mano. Repasando en mi memoria vagué por las calles pero ahí es donde se me nubla todo. Es donde no consigo llegar.
Estoy vestido sentado en la cama. Sigo en la habitación del hotel. Vuelvo la vista hasta la radio cuando anuncian que son las siete en punto.
-Creo que va siendo hora de salir de aquí –me digo-. Mejor será volver a casa y olvidarme de esta noche. Seguramente que mi despecho me llevó a contratar los servicios de alguna muchacha y con mi estado de embriaguez me convenció para venir aquí y sacarme todo lo que pudo. Buscaré un cajero y miraré los extractos.
Doy un último repaso a la habitación en busca de cualquier prenda u objeto. Puesto que no recuerdo nada; no sé absolutamente nada de lo que llevaba conmigo. <>. La busco pero no la encuentro. <>.
-¡Mierda! –exclamo-. El hotel... –subo la persiana y aparto las cortinas para ver a través de la ventana. El día comienza a nacer. Las farolas de la calle siguen encendidas aunque no por mucho tiempo. Recorro la calle que hay frente a mis ojos de arriba abajo. No la reconozco. Un parque enfrente me hace pensar, aunque no se asemeja a ninguno de los que yo haya visto en Barcelona. Por la altura estoy en la primera o segunda planta por lo que mi visión desde ahí no es lo suficientemente amplia. La ventana es de una sola hoja y no se puede abrir, es fija.
Voy al cuarto de baño donde recuerdo hay otra ventana de un tamaño más reducido. El cristal es translucido con una textura rugosa en forma de gotas de agua.
-Mierda –pronuncio al darme cuenta de que solo cae hacía mí unos centímetros dejando una abertura horizontal en lo alto.
Me resigno y decido salir de allí. Necesito saber donde estoy...

CAPITULO 5

El trago de ginebra a calmado mi dolor de cabeza.
El baño me ha relajado tanto que casi me he quedado dormido. He conseguido recordar todo lo ocurrido, menos a la chica. No consigo vislumbrar ante mí a esa posible mujer con la que supuestamente he pasado un buen rato... o no.
Ahora lo recuerdo perfectamente, después de un par de cervezas llegó al bar Miguel, un amigo de toda la vida. Miguel y yo nos conocemos desde el instituto, cursamos auxiliar de administrativo juntos, aunque con el tiempo nuestros caminos fueron diferentes. Yo acabé siendo un simple electricista, sí un electricista... Cursé los estudios de Formación Profesional equivocados. Trabajé por cuenta ajena durante varios años, hasta que decidí sacarme los carnés necesarios para no depender de nadie. Después del carné de electricista, me metí en el del gas (IG-II) y finalmente concluí con el de agua. Cuando terminé y obtuve la titulación, probé suerte y me puse a trabajar por mi cuenta.
Miguel por otro bando, acabó los estudios de auxiliar administrativo. Comenzó en unas pequeñas oficinas en el centro de Barcelona. Era una empresa dedicada al marketing, anuncios publicitarios.
Mi amigo Miguel es una persona muy pulida y con una buenísima presencia. Ojos azules, facciones muy marcadas, con hoyuelos a cada lado de sus mejillas cuando sonríe y deja entrever esos dientes tan perfectos, tan blancos. De complexión fuerte, había roto muchos corazones en nuestra adolescencia.
Poco a poco se fue haciendo un hueco en la empresa y subió escalafones a pasos agigantados. Estudió e hizo algún master me parece recordar; que lo llevó a lo más alto. Con su facilidad de palabra se adentró en el mundillo publicitario y logró buenos contactos.
En la actualidad Miguel es socio de una prestigiosa empresa de publicidad. Pasa mucho tiempo viajando por lo que nuestros encuentros últimamente son muy escasos. El lunes próximo tiene que marchar de viaje a Panamá lo que lo tendrá apartado de casa un par de semanas. Así fue como comenzó nuestra conversación ayer por la tarde noche.
-El lunes próximo –me dijo Miguel mientras levantaba su cerveza acercándola a sus labios- salgo de viaje a Panamá –dio un gran trago.
-Que suerte tienes –le alabé-, ojalá pudiese marchar yo un tiempo de aquí. Me vendría muy bien...
-Verás Alex –me interrumpió pasando olímpicamente del tema. Su cara no era la habitual algo había en sus ojos que lo delataban. Algo extraño en su presencia que me hizo pensar que algo no iba bien-, quería... pasar a verte antes de irme. Creo –continuó-, que tenemos que hablar.
-Está bien –le dije-, tu dirás...
-Mejor vamos a otro lugar.
-¿Qué ocurre Miguel? –le pregunté, no era algo muy normal en él. No iba con su manera de ser-. ¿Problemas en el trabajo?. ¿Ha pasado algo con Susana? –Susana era su ultimo ligue del mes-. Ya aparecerá otra. Desde cuando te ha preocupado eso...
-Mejor –me interrumpió un poco alterado a la vez que se sonrojaba-, que vayamos a tu casa... Es un poco delicado –bebió de un trago lo que le quedaba de cerveza. Jamás lo había visto beberse una cerveza en dos tragos. Por lo que decidí que marcháramos a casa.
-Está bien. Esta bien... parece algo importante. Me tienes intrigado –constaté-, pareces muy preocupado, marchemos antes de que te emborraches bebiendo así de esa manera.

Supongo que no me acordaba de nada por el choque que me produjo su noticia. Pero ahora lo veía claro. A medida que pasaban los minutos me iba serenando y las imágenes acudían a mi mente cada vez más nítidas.
Recuerdo que llegamos a mi casa, donde Sara ya no estaba. Una casa vacía y muy dejada, por la precaria vida a la que me había encauzado.
Vivo en un cuarto piso sin ascensor en pleno pulmón de la ciudad, en las alturas de la calle Santuarios. Una terraza de unos veinte metros cuadrados aproximadamente, me da un respiro y desde donde me siento el rey en mis noches de angustia al sentir Barcelona a mis pies. Lo mejor de mi casa son las vistas.
-Joder, Alex –exclamó Miguel cuando pasamos al comedor -, esto parece una pocilga. Huele que apesta...
-Lo siento –me disculpo mientras aparto a un lado dos camisas y un pantalón sucios que ocupaban el sofá.
-No te molestes –me dijo-, salgamos a la terraza, si no te importa.
-Por supuesto. Me parece que es lo más decente de la casa. Ya sabes –sigo disculpándome-, todavía no he logrado superar lo de Sara.
-De eso precisamente quería hablarte –se hizo un silencio. Miguel tomó asiento en una de las sillas de hierro lacado en blanco –un blanco amarillento-, cruzó sus piernas y sus brazos. Ahora su cara estaba totalmente roja. Se había decidido a soltarlo de golpe, me dio la impresión. Algo no encajaba. No entendía que tenía que decirme él de Sara, siempre se había mantenido en un segundo plano, al margen de mis relaciones. En esta última no fue menos. Creo recordar que salimos juntos cinco veces, seis a lo mejor, siete como mucho...
Miguel jamás había opinado ni dado su parecer al respecto. Me tendía su mano y ofrecía su ayuda sin pensarlo. Pero, siempre en un punto muy discreto.
-¿Qué dices Miguel? –pregunté tras un breve silencio-. ¿Sara?...
-Sí –atestiguó-. Me gustaría... –balbuceó. Sus extremidades no descansaban un instante, sus manos se frotaban intensamente-. Verás... tengo...
-Me estas poniendo nervioso –exhalé-. Dime que pasa.
-Ella me dijo... que... –seguía tartamudeando y sus palabras salían apenas con un hilo de voz. Sus manos comenzaron a sudar. Ese sudor no me gustó. Miguel estaba muy nervioso.
-¿Sara?. ¿Qué te dijo Sara?.
-Bien verás... Sara y yo estamos juntos –y lo soltó.

CAPITULO 4

El teléfono móvil comenzó a vibrar en su cintura sin emitir ningún sonido. Había dejado el coche en la calle anterior al descampado. Permanecía de pie detrás de un árbol observando el Mercedes. La llamada es lo que estaba esperando.
-Si... dime...
-Sigue en el hotel –dijo la voz de una mujer al otro lado de la línea telefónica.
-¿Estas segura? –su voz era apenas un susurro.
-Sí –afirmó-, estoy segura...
-¿Cómo de segura? –quiso saber mientras ubicaba el móvil en su oreja izquierda y lo presionaba con su hombro para tener las manos libres-. ¿Lo has visto? –sacó un par de guantes negros del bolsillo del pantalón.
-¡Estoy segura! –repitió elevando la voz-. Muy segura... ha encendido la luz –prosiguió-, se acaba de levantar. Así que estoy segura pero, date prisa todavía tardará en entender lo que sucede o puede que quiera abandonar el hotel lo antes posible. ¿Dónde estás?.
-Se ha parado en un descampado al salir de la autovía. Parece que está vomitando...
-Aprovecha la ocasión.
El silencio se escenificó en la línea telefónica durante unos segundos.
-¿Me has oído? –preguntó eufórica la mujer-. ¿Sigues ahí?.
-No es tan fácil... –tartamudeó mientras se ajustaba los guantes-, no sé... no sé si hacemos lo correcto... –volvió a coger el teléfono móvil con la mano, esta vez enguantada.
-Dime tú que es lo correcto –la ira se generalizaba por su voz-, ¿acaso tú lo sabes?. ¡Dímelo!. Porqué te juro que yo no lo sé...
Volvió el silencio.
La mujer dejó que se alargara dejando así un espacio de tiempo que alcanzó un minuto.
-Está bien –dijo con voz tangible-. Vigílalo, no le pierdas de vista. Yo me ocuparé de la chica... –y colgó.

Guardó el móvil en su funda y abrió la cremallera de su chaqueta. Del bolsillo interior sacó un pañuelo blanco que untó con el líquido transparente de una pequeña botella que llevaba en el otro bolsillo.
Unas luces iluminaron la entrada de la explanada y el claxon de un coche se izo sonar. Se asomó para ver que ocurría.
El Mercedes de Sofía se interponía a un flamante BMW que quería salir. Desde aquella distancia no alcanzaba a distinguir más que las siluetas de los ocupantes del coche. Escuchó como la voz de un joven decía a Sofía que apartará el coche de su camino.
Alcanzó nuevamente el móvil de su cintura y marcó...
-Dime que ya lo has hecho –contestó la misma voz de mujer al segundo tono-. No quiero oír otra cosa...
-No puedo –la interrumpió.
-No me jodas... –dijo mientras levantaba la voz.
-¡No me jodas! –volvió a gritar. El hombre tuvo que apartarse el móvil del oído-. ¿Me has oído bien?. Ya puedes comenzar a...
-Te he dicho que no –volvió a interrumpirla-. ¡Escúchame, joder!. No está sola, Sofía no está sola...
-Mierda –su tono de voz cambió por completo-. Esta bien –prosiguió después de resoplar intentando controlar la situación-, lo que tenemos que impedir como sea es que llegue a su casa. ¿Con quien está?. Salió sola del hotel.
-No es ningún conocido o acompañante...
-Entonces, ¿qué es lo que ocurre?.
-Parece ser que había una pareja en la explanada, estaban con las luces apagadas, esto está bastante oscuro hay poca luz y por eso no los he visto. Sofía tampoco se ha dado cuenta pues ha dejado el coche atravesado en mitad de la salida.
-¿Y? –pregunta la mujer.
-Que ahora quieren salir –contesta.
-Bien, espera a ver que pasa –explica con voz serena-. Si Sofía marcha síguela e intenta que no llegue a su casa. No podemos hacerlo allí. No podemos arriesgarnos a que ningún vecino nos vea. Ella jamás deberá llegar a su casa. ¿Dónde fue la última vez que vieron a Sofía? –pregunta al hombre que sigue con los guantes puestos.
-En... –empezó a tartamudear-, o saliendo... del hotel.
-Respuesta correcta. Ya me preocuparé si hace falta de que no salga del hotel pero, tú haz lo que tienes que hacer...
La voz de la mujer dejó un silencio en el auricular seguido de unos tonos repetitivos, había colgado.

viernes, enero 05, 2007

CAPITULO 3

En la cabecera de la cama hay un pequeño sintonizador de radio empotrado. Unos botones a cada lado y una pantalla en el centro me informa de la emisora. Presiono los botones buscando en el dial una frecuencia de noticias. Después de unos pitidos dicen la hora. Son las cinco de la mañana. Ahora entiendo la resaca, puesto que es más acertado decir que todavía sigo borracho.
-¿Cuánto tiempo habré dormido?. ¿Dos horas, tres a lo máximo...?
-¿Cuánto tiempo –sigo preguntándome sin llegar a ninguna conclusión- llevo aquí?
Revuelvo las sábanas buscando mi ropa, el calor desvanece y el frío se apodera de mi cuerpo. Todavía sigo desnudo.
-¿Y mi ropa? –profiero un poco alterado.
Rabioso por la situación desbarato el lecho al completo.
Ni rastro.
-Mis calzoncillos al menos –proclamo.
Nada.
Me envuelvo con la sábana como antiguo romano y entró en el lavabo donde por fin encuentro mi ropa. Aunque lo que aclama mi atención es un redondo jacuzzi.
-Esto me habrá costado una pasta –suspiro temiéndome lo peor-, espero que sólo sea una noche y la cena –ruego en voz alta.
Mis pantalones posan en la pica, en el bidé calcetines y camisa, al lado de la puerta debajo de un albornoz de color crema, mis zapatos.
-¿Y mis calzoncillos?
Me fijo en el jacuzzi, algo yace en el fondo.
-Ja, ja –unas risas me dan un toque de gracia a mi cara y por un momento me olvido de todo-. A que me metí con ellos dentro. Qué mierda llevaba encima.
Me incorporo en el jacuzzi, el agua esta templada.
-No hace mucho que disfruté del baño.
La prenda emerge a la superficie, la escurro y fijo mi mirada ambigua a lo que tengo delante.
-¡Mierda!.
-¿Qué es esto?. No son mis boxes.
La prenda extendida que tenía frente a mí me atormenta todavía más. Un picardía de seda transparente de color negro. No recuerdo haber estado con una mujer.
-Por lo menos he tenido buen gusto –me digo mientras paso mi mano por la frente.
Imagino el cuerpo esbelto de la mujer.
-Que bombón. Seguro que era una puta –me justifico-. Yo con una tía de estas medidas, imposible. Una noventa y cinco y de cintura, de cintura alrededor de la sesenta, imposible. Demasiadas curvas para mí.
Sigo sin recordar, pero me tranquilizo pensando que era una aventura. Un rollo de una noche, o tal vez una noche de fracaso en la que terminé acudiendo al servicio de profesionales.
-¡Joder! –exclamo llevándome una mano a la boca al darme cuenta que he levantado demasiado la voz-.
-¿Qué he hecho? –susurro-, ¿qué ha pasado?. No me acuerdo de nada... ¿Dónde estuve ayer...?
Por mucho que me esfuerzo no consigo recordar nada.
Lo ultimo que pasa por mi mente, una leve imagen, es la de el bar al lado de casa tomando una cerveza. ¿A dónde fui después?...
Nada.
Son las seis de la mañana de un sábado de finales de invierno. Reflexiono y me acercó a olisquear los vasos de cubalibre. Ginebra y ginebra.
-Tomamos lo mismo, parece. Seguro que era una prostituta, una noche de fracaso. Bebí demasiado –me expongo a mi mismo-, me enfurecí con Sara, el alcohol se adueñó de mi sangre hasta que mandé todo a la mierda y recurrí a una prostituta pensando en que así me olvidaría, en que así todo mejoraría... Que iluso...
En un vaso reposa todavía algo de alcohol que bebo de un trago para apaciguar mi tormento. Aprovechando que estoy desnudo y el agua del jacuzzi todavía es apetecible me beneficio de ello.
-Necesito descansar un poco más. Necesito aclarar un poco mi cabeza e intentar recordar algo más.

Pasaron los minutos. Las burbujas calmaron mi resaca y el agua apaciguó mi cuerpo aliviándolo.

CAPITULO 2

El sudor era frío e intenso, me invadía todo el cuerpo. La luna estaba en su cuarta fase y fragmentaba el mar negro donde yacía. La habitación era una penumbra con escasez de claridad. Sólo diminutos círculos posaban en el paradero filtrándose por los recuadros que dejaban las delgas de la persiana al no finalizar su trayecto.
Mis ojos se abrieron, mi vista era borrosa y translúcida. Mis pupilas tomaron forma pretendiendo concentrar en su retina la poca visibilidad de la habitación.
No reconocía el lugar, no recordaba nada. El interior de mi cabeza era como un redoble de batería. Me incorporo asentándome sobre la húmeda cama por la transpiración. Cabizbajo por un momento, reposo queriendo atraer a mi mente recuerdos que me descifren alguna cosa, alguna imagen esporádica... pasante... algo.
No hay nada.
Estoy completamente desnudo, y aunque hace frío estoy tremendamente acalorado.
“Menuda borrachera.”
“¿Dónde estoy? ¿Cómo he llegado aquí? ¡Joder!, no me acuerdo de nada.”
Atormentado por la preocupación busco un interruptor. La poca claridad no me lo permite. Me dirijo a la ventana, hurgo y encuentro una manivela. La persiana rejunta sus delgas y se alza. La luz de la luna entonces se adentra irrumpiendo en la habitación.
En sombras percibo la cama con unas mesitas a los laterales. Busco el recuadro oscuro de una puerta, una cómoda a mi izquierda me provoca una caída.
-¡Dios! –bramo al caer al suelo.
El golpe arremete en mi espinilla produciéndome un afligido dolor. Me encabrono con mi torpeza. Acariciándome la pierna dolorida, y ayudándome con la otra mano en la dichosa cómoda me incorporo.
Llegado a la puerta tanteo la pared siendo recompensado con un destello de luz que proviene del techo. Cierro los ojos quejándome. La cabeza me retumbaba todavía más.
-¡No!, por Dios, ¿qué hago aquí? –exclamo al darme cuenta que es la habitación de un hotel.
La alcoba es como un estudio.
Entre la cama y la cómoda de al lado de la ventana se emplaza una mesa cuadrada. En el centro, un jarrón decorativo con dos rosas rojas se atestigua. Restos de comida en los platos, más dos botellas de vino vacías y un par de vasos de cubalibre insinúan una exquisita cena.
-Ahora creo concebir la resaca –me digo mientras rebusco confuso más datos que delaten mi estado y la situación en la que me encuentro-. Aunque creo que todavía estoy algo borracho... ¿Qué hora es?
Pero, era una cena para dos.
-¿Con quién he estado?, un ligue quizás. No me acuerdo. ¿Qué hice ayer?, joder es imposible recordar.
Me flagelo persistiendo en aclarecer mi distorsionada percepción.
Hace tres meses mi mujer, Sara me abandonó. Así, sin más. Sin un por qué, nada. Ni un simple adiós. Sencillamente marchó.
Llegué a casa a la hora de siempre, como un día cualquiera entre semana. Lo mismo de todos los días, la misma historia de siempre. Un día como otro cualquiera, otro habitual día de rutina laboral.
Al llegar al rellano de mi piso, antes de introducir mi vieja llave en la cerradura de casa, algo me alertó. Fue el silencio. Un silencio que hacía apenas un año no escuchaba. Desde que Sara se había mudado a vivir conmigo yo era siempre el último en llegar a casa al final del largo día de trabajo. Cuando Sara llegaba a casa lo primero que hacía era poner música, jamás paraba la música hasta que yo llegaba a casa. Era una costumbre, algo en ella que la hacía diferente, especial.
Pero, aquella noche, yo fui el último en llegar y el primero. El silencio fue el que me recibió.
Desde entonces mi vida ha dado un vuelco total. He intentado hablar con ella en infinidades de ocasiones, pero no han dado resultado. Lo único que he conseguido ha sido un; “Quiero el divorcio, Alex. Tendrás noticias de mi abogado. Por favor no me llames...”. Todavía sigo intentando entender el por qué me ha dejado. No sé. Al igual con un “...se acabó el amor, Alex. Lo siento...", hubiese bastado. Pero eso no ha sido así.
En estos tres meses mi casa, el trabajo... mi vida en general..., todo es un verdadero desastre. Pasaron dos semanas desde que Sara se marchara cuando por mediación de un amigo llegó a mis oídos el rumor de que me había abandonado por otro tío. La ira se apoderó de mí. Recuerdo que enfurecí como un loco. La busqué por todas partes, sin éxito. Una amiga del trabajo me comunicó que la dejara en paz. Me dijo que marchó el día anterior de vacaciones, no volvería en un mes.
Con el paso de los días mi ira no arremetió. Quería saber la verdad. Mis días se resumían al trabajo, bar, trabajo, bar, casa... La rutina se apoderó de mí como nunca lo había echo.
La cama de matrimonio acogió toda mi ropa sucia durante días. Las noches y mis sueños convivíamos en el sofá del comedor, frente a la tele encendida para no sentirme tan solo.
A su regreso no conseguí más que “Alex, déjame en paz. Ya te lo dije. Tendrás noticias de mi abogado...”.
Recuerdo como la ira se apoderó de mí y como por unos minutos otro Alex que no era yo, montó el numerito en la empresa de Sara y acabaron sacándome a patadas de allí.
Pasé aquella noche rezagado en el sofá sin pegar ojo y avergonzándome de todo lo ocurrido.
Llegado el día de hoy todo sigue igual.
Decidí no molestar más a Sara e intentar averiguar por mi cuenta el por qué de este rotundo final. De momento no he conseguido nada. No sé más que lo que sabía en un principio.
Y ahora con un tremendo dolor de cabeza me encuentro en esta desolada habitación de hotel sin saber más que lo que puedo deducir. Mi vida parece que se haya convertido en un juego de detectives.

CAPITULO 1

Era de madrugada, la niebla era espesa y la visibilidad prácticamente nula. El Mercedes de color oscuro avanzaba con rapidez por la autovía de Castelldefels. La densa niebla se hacía irresistible para los ojos de Sofía por más que los abría como platos y se amorraba a la luneta delantera del vehículo.
El alcohol le hacía mella a esas alturas de la noche, el bajón era considerable y la fatiga se apoderaba de ella, transformando sus párpados en un cepo difícil de mantener abierto.
“Sólo faltan unos kilómetros, menos de diez minutos, aguanta cariño en breve estarás en casa”.
Pisó a fondo el acelerador entusiasmada por llegar a casa y apaciguar la larga noche de fiesta con un buen descanso. La sábana de suave seda le recorría la espalda en su imaginación, las ganas de posar en su cama después de aquélla larga noche era muy tentadora. Sólo necesitaba eso, un buen descanso.
Una ráfaga le atravesó la cabeza, un dolor intenso se centro en su sien. El malestar hizo que perdiera el control del vehículo. Por un instante el Mercedes Benz invadió el carril contrario. Levantó la vista, solamente niebla. Apartó su mano derecha de la sien y aferró el volante con las dos manos volviendo a dirigir con sumo cuidado el coche a su carril. Un pitido ensordecedor la hizo estremecerse de nuevo. No veía nada.
“Joder. ¿Quién pita?, no veo a nadie.”
El pitido era grave como el de un camión pero la niebla impedía divisar a más de diez metros. Miró por el retrovisor pero aparte de una espesa nube no se veía nada. Era una de aquellas noches de invierno que merecía la pena quedarse en casa.
“Debería ver las luces, a no ser que no lleve luces antiniebla.”
Los pinchazos de su sien arremetieron, pero aún así se notaba pesada, fatigada. Observaba el retrovisor, pero no divisaba ningún vehículo. Aminoró la marcha, percatándose del peligro. Parecía que la embriaguez perdía su intensidad y las ideas se aclarecían.
“Nadie me espera en casa. Falta poco y no tengo prisa. La cama no se moverá de su lugar habitual.”
El sonido estruendoso del claxon se hizo notar por segunda vez. Sus reflejos ralentizados por el alcohol mandaron órdenes lo más rápido posible a sus ojos, que cubiertos de filamentos rojos se fijaron de nuevo en el retrovisor.
“¿Dónde está?. ¿Quién me da por culo...?.”
En ese instante sin terminar de quejarse en voz alta un camión de grandes dimensiones cruzó de frente por el carril de su izquierda, en tan sólo un segundo el destello de las luces la cegó y volvió a perder el control del vehículo. Erguida y apegada en tensión a su asiento sujetó el volante con fuerza manteniendo a ciegas la dirección. Aminoró más la marcha, sus ojos recuperaron la tenue luz de sus luces antiniebla frente la espesa nube y el asfalto.
“¡Dios!. ¡Quiero llegar a mi casa! Maldita sea, camionero de mierda. Será estúpido el tío, se creen los amos, ¡joder!”.
Se recompuso como pudo, vio su salida, se desvió a mano derecha saliendo de la autovía. Antes de llegar a su urbanización tenía que cruzar la autovía por encima y pasar por el paseo marítimo. Al cruzar el puente se sintió a salvo y paró el coche en una explanada que se extendía al final de éste.
El automóvil se paró en seco, la puerta se abrió y a la velocidad del rayo Sofía salió del coche, intentado alejarse lo máximo posible. El alcohol salió por su boca a borbotones estrellándose contra el suelo. La noche había sido muy movida. La cena, el alcohol, un poco de marihuana, sexo y ahora esto; esa horrible migraña, el camión..., su estómago le pasaba factura.
En la explanada se oyó el sonido de un motor. Un vehículo se puso en marcha, dio marcha atrás y salió de donde estaba aparcado, a la inmediación de un árbol. Se dirigió a la salida, las luces del flamante BMW deslumbraron a Sofía y a su Mercedes. Las arcadas le vinieron de repente y no se percató de que había bloqueado la entrada de la explanada y el BMW no podía salir.
-Señorita, ¿se encuentra bien?
Sofía alzó la cabeza, un chico joven de facciones muy marcadas asomaba la cabeza por la ventanilla. En el lado del acompañante distinguió una joven de melena rubia y muy atractiva. Esa explanada era un parking público en verano por el día y durante todo el año un asiduo picadero de parejas por la noche.
-Sí, gracias. Simplemente una mala noche –Sofía se incorporó, y avanzó hacia el coche. Era una noche fría y se fijó en la rubia, el deslumbramiento de las luces no le permitía ver al chico.
“Con el frío que hace y esta putita en sostén, menuda juerga se habrán pegado”.
-Ya mismo aparto el coche –dijo Sofía antes de entrar en el Mercedes.
-Tranquila no tenemos prisa- respondió el joven y sacando un brazo por la ventanilla canturreó-. ¡La noche es larga..., vi... vi... viva la fiesta!
Al montarse en el coche Sofía los veía a los dos, la chica le metía la mano por sus partes por la posición que apreciaba del brazo. Él le acariciaba el pecho por encima del sostén y le besaba el cuello con minúsculos mordiscos.
Retiró el coche a un lado, el BMW seguía enfrente sin moverse. Bajó la ventanilla y dejó que la brisa le acariciará la cara, estaba algo mareada. Se frotó la frente y pensó en horas atrás.
-Adiós señorita, espero que acabe bien la noche –una sonrisa se dibujo en los labios del chico y un gesto retorcido de la chica rubia mostró que ahora llevaba el seno izquierdo fuera del sostén.
El BMW pasó y se alejó por el paseo.
“Estos pijos sólo saben vacilar, comprar, y sobretodo el sexo. Les vuelve locos eso de vacilar con... me he pasado por la piedra a Ainoa, a Laura, a Vero... y sobretodo apostar con quien se van acostar esa noche”.
El cortante frío la despejó, desvaneció ligeramente su mareo y el alcohol parecía quedarse atrás. Giró la llave poniendo el coche en marcha.
“Mejor que llegue a casa de una vez”.

martes, junio 06, 2006

Portada

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

Título original: Mentalidad retorcida


Depósito legal: © Daniel González Porcar
Impreso en España, CEE.

“Mentalidad retorcida” está en el
Registro Provincial de la Propiedad
Intelectual de Barcelona.