sábado, noviembre 24, 2007

CAPITULO 5

El trago de ginebra a calmado mi dolor de cabeza.
El baño me ha relajado tanto que casi me he quedado dormido. He conseguido recordar todo lo ocurrido, menos a la chica. No consigo vislumbrar ante mí a esa posible mujer con la que supuestamente he pasado un buen rato... o no.
Ahora lo recuerdo perfectamente, después de un par de cervezas llegó al bar Miguel, un amigo de toda la vida. Miguel y yo nos conocemos desde el instituto, cursamos auxiliar de administrativo juntos, aunque con el tiempo nuestros caminos fueron diferentes. Yo acabé siendo un simple electricista, sí un electricista... Cursé los estudios de Formación Profesional equivocados. Trabajé por cuenta ajena durante varios años, hasta que decidí sacarme los carnés necesarios para no depender de nadie. Después del carné de electricista, me metí en el del gas (IG-II) y finalmente concluí con el de agua. Cuando terminé y obtuve la titulación, probé suerte y me puse a trabajar por mi cuenta.
Miguel por otro bando, acabó los estudios de auxiliar administrativo. Comenzó en unas pequeñas oficinas en el centro de Barcelona. Era una empresa dedicada al marketing, anuncios publicitarios.
Mi amigo Miguel es una persona muy pulida y con una buenísima presencia. Ojos azules, facciones muy marcadas, con hoyuelos a cada lado de sus mejillas cuando sonríe y deja entrever esos dientes tan perfectos, tan blancos. De complexión fuerte, había roto muchos corazones en nuestra adolescencia.
Poco a poco se fue haciendo un hueco en la empresa y subió escalafones a pasos agigantados. Estudió e hizo algún master me parece recordar; que lo llevó a lo más alto. Con su facilidad de palabra se adentró en el mundillo publicitario y logró buenos contactos.
En la actualidad Miguel es socio de una prestigiosa empresa de publicidad. Pasa mucho tiempo viajando por lo que nuestros encuentros últimamente son muy escasos. El lunes próximo tiene que marchar de viaje a Panamá lo que lo tendrá apartado de casa un par de semanas. Así fue como comenzó nuestra conversación ayer por la tarde noche.
-El lunes próximo –me dijo Miguel mientras levantaba su cerveza acercándola a sus labios- salgo de viaje a Panamá –dio un gran trago.
-Que suerte tienes –le alabé-, ojalá pudiese marchar yo un tiempo de aquí. Me vendría muy bien...
-Verás Alex –me interrumpió pasando olímpicamente del tema. Su cara no era la habitual algo había en sus ojos que lo delataban. Algo extraño en su presencia que me hizo pensar que algo no iba bien-, quería... pasar a verte antes de irme. Creo –continuó-, que tenemos que hablar.
-Está bien –le dije-, tu dirás...
-Mejor vamos a otro lugar.
-¿Qué ocurre Miguel? –le pregunté, no era algo muy normal en él. No iba con su manera de ser-. ¿Problemas en el trabajo?. ¿Ha pasado algo con Susana? –Susana era su ultimo ligue del mes-. Ya aparecerá otra. Desde cuando te ha preocupado eso...
-Mejor –me interrumpió un poco alterado a la vez que se sonrojaba-, que vayamos a tu casa... Es un poco delicado –bebió de un trago lo que le quedaba de cerveza. Jamás lo había visto beberse una cerveza en dos tragos. Por lo que decidí que marcháramos a casa.
-Está bien. Esta bien... parece algo importante. Me tienes intrigado –constaté-, pareces muy preocupado, marchemos antes de que te emborraches bebiendo así de esa manera.

Supongo que no me acordaba de nada por el choque que me produjo su noticia. Pero ahora lo veía claro. A medida que pasaban los minutos me iba serenando y las imágenes acudían a mi mente cada vez más nítidas.
Recuerdo que llegamos a mi casa, donde Sara ya no estaba. Una casa vacía y muy dejada, por la precaria vida a la que me había encauzado.
Vivo en un cuarto piso sin ascensor en pleno pulmón de la ciudad, en las alturas de la calle Santuarios. Una terraza de unos veinte metros cuadrados aproximadamente, me da un respiro y desde donde me siento el rey en mis noches de angustia al sentir Barcelona a mis pies. Lo mejor de mi casa son las vistas.
-Joder, Alex –exclamó Miguel cuando pasamos al comedor -, esto parece una pocilga. Huele que apesta...
-Lo siento –me disculpo mientras aparto a un lado dos camisas y un pantalón sucios que ocupaban el sofá.
-No te molestes –me dijo-, salgamos a la terraza, si no te importa.
-Por supuesto. Me parece que es lo más decente de la casa. Ya sabes –sigo disculpándome-, todavía no he logrado superar lo de Sara.
-De eso precisamente quería hablarte –se hizo un silencio. Miguel tomó asiento en una de las sillas de hierro lacado en blanco –un blanco amarillento-, cruzó sus piernas y sus brazos. Ahora su cara estaba totalmente roja. Se había decidido a soltarlo de golpe, me dio la impresión. Algo no encajaba. No entendía que tenía que decirme él de Sara, siempre se había mantenido en un segundo plano, al margen de mis relaciones. En esta última no fue menos. Creo recordar que salimos juntos cinco veces, seis a lo mejor, siete como mucho...
Miguel jamás había opinado ni dado su parecer al respecto. Me tendía su mano y ofrecía su ayuda sin pensarlo. Pero, siempre en un punto muy discreto.
-¿Qué dices Miguel? –pregunté tras un breve silencio-. ¿Sara?...
-Sí –atestiguó-. Me gustaría... –balbuceó. Sus extremidades no descansaban un instante, sus manos se frotaban intensamente-. Verás... tengo...
-Me estas poniendo nervioso –exhalé-. Dime que pasa.
-Ella me dijo... que... –seguía tartamudeando y sus palabras salían apenas con un hilo de voz. Sus manos comenzaron a sudar. Ese sudor no me gustó. Miguel estaba muy nervioso.
-¿Sara?. ¿Qué te dijo Sara?.
-Bien verás... Sara y yo estamos juntos –y lo soltó.

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